city in space - locations


Kahala
Aloha
Kahiki




Los primeros años setenta están marcados por el éxodo de los habitantes de las zonas rurales hacia las ciudades (tanto españolas como europeas) y por la progresiva incorporación de España a la política internacional. En esta época de optimismo, la gente descubre su pasión por los cócteles. En cualquier momento del día o de la noche. Cuanto más exóticos, mejor. Es el momento de los bares hawaianos y polinesios en la Península Ibérica. Las bebidas, mezclas llenas de color, transportan ese mundo lejano - algo domesticado - a los bares locales y permiten soñar con la vida en las islas del Pacífico meridional. Este tipo de evasión exige un marco adecuado; crearlo es el objetivo de la decoración. Tampoco faltan los mitos. Se cree que fue un chino el primero en inaugurar un local de estas características en Madrid. Pronto encontró imitadores, probablemente porque ese tipo de ambiente se adecuaba perfectamente a los requisitos que debe cumplir todo buen bar: misteriosa penumbra en la que la decoración puede dar rienda suelta las fantasías más salvajes, rincones íntimos para encuentros furtivos y bebidas poco complicadas con una alto contenido de alcohol que se camufla tras el sabor dulce de las mezclas. En este escenario, la visión de las cosas se simplifica radicalmente con cada trago. Desde entonces, el estilo hawaiano ha dejado paso a otras formas de evasión. De los siete bares polinesios que hubo en Barcelona sólo quedan tres. Ofrecen un punto de partida para una noche larga y quizás algo confusa: en Kahala, el más antiguo, nos sentimos amenazados por figuras monstruosas que evocan símbolos maoríes. Aloha cuenta con una entrada que recuerda a la de un cine en el que se exhiben películas de los años cincuenta ambientadas en Hawai. En el corazón de este local encontramos un bar de bambú, cuya barra se asemeja a una piragua encallada a la que se aferran los náufragos. Bambú por doquier ofrece también el Kahiki, probablemente el que ostenta un encanto más parecido al de una chocita de playa. Sólo falta el rumor de las olas...