Los bares y sus tradiciones revelan numerosos aspectos de la
vida de una ciudad. En este sentido, Barcelona tiene mucho que
contar. En cualquier calle encontramos pequeñas
cafeterías, frecuentadas por habitantes de la zona a
cualquier hora del día o de la noche. Las visitas
regulares no suelen estar motivadas por la decoración -
casi siempre anónima, aunque no carente de cierto encanto
- de estos locales. Esto no significa que a los clientes no les
importe el aspecto que presentan estas "prolongaciones de
la propia casa". A modo de ejemplo, el Céntrico -
regentado como bodega desde 1862 y convertido en café en
1939 - fue decorado por última vez a mediados de los
años cincuenta y ofrece a quienes lo visitan la
oportunidad de realizar un corto viaje a través del
tiempo. Algo semejante sucede en el bar Piera. Una vez dentro de
este local, desde fuera poco llamativo, nos vemos sorprendidos
por una ola de marrones y naranjas; las lámparas imitan a
las de Panton de un modo tan descarado como sólo era
posible en los setenta. En el bar Altamira, los tapizados
imitando cuero, el suelo de material sintético decorado
con grandes figuras cuadradas, los espejos e incluso su gerente,
el señor Ortiz parecen anclados en los primeros
años de la década de los sesenta.
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