La zona situada entorno a la calle Tuset, donde se suceden los
restaurantes, los bares y las discotecas, constituye el punto de
encuentro obligado de los jóvenes noctámbulos de
Barcelona durante los primeros años setenta. Aquí
encontramos tres restaurantes proyectados por los arquitectos
catalanes Federico Correa Ruiz y Alfonso Milà Sagnier
entre 1961 y 1973. Todos ellos conservan su aspecto original,
como si acabaran de ser inaugurados. 1961, restaurante Reno. Con
sus referencias al modernismo catalán del periodo de
transición entre los siglos XIX y XX, Correa y
Milà consiguen satisfacer el gusto de la época:
alfombras de un rojo intenso, mesas redondas cubiertas por
manteles blancos, paneles murales de papel japonés que
logran un agradable reflejo de la luz, sofás de cuero
negro. Un ambiente de cuidada elegancia, el marco ideal para una
comida de negocios. En 1969 le sigue Flash Flash, con un encanto
pop que no desentonaría en el dinámico Londres de
los años sesenta o en el Nueva York de Andy Warhol. En
este proyecto, realizado en colaboración con su
propietario, el fotógrafo Leopoldo Pomés, el flash
se convierte en leitmotiv. La negra silueta de una modelo-
fotógrafa - ataviada con un jersey de cuello alto, un
pantalón de campana y una atrevida gorra - sirve de
vínculo entre el mundo de la fotografía y el de la
moda. El flash de su cámara surge de las paredes y otorga
a la estancia una intensa luminosidad. Las ventanas, de forma
circular, permiten observar las escenas de la noche barcelonesa,
que se desarrollan tanto fuera como en el interior del
restaurante. Los bancos, de color blanco y generosamente
acolchados, contribuyen a la distribución del espacio en
una sucesión de pequeños recintos destinados a los
comensales - con un efecto amplificador, como ponen de
manifiesto las fotografías. En 1973 nace Il Giardinetto.
Los hippies han llegado a Barcelona, ahora más elegantes
y aptos para su presentación en sociedad. En este
restaurante, los arquitectos crean la ilusión de
encontrarse en un espacio al aire libre, inspirándose
para ello en la contemplación de una escena primaveral
que representa a un grupo de franceses jugando a la petanca. Los
puntales se convierten en árboles cuyas hojas, de un
suave color verde, se funden con el techo de la estancia. En
este idílico escenario, los clientes disfrutan de la
cocina sentados en muebles de ratán, algo elevados, con
un buen servicio y, en caso necesario, perfectamente informados
por don çngel, el maître de maison. Con un poco de suerte
es posible incluso tomarse una copa en compañía de
los arquitectos Correa, Milà y Bofill en la barra
semicircular del cocktail-bar.
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