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Barcelona es una ciudad cinematográfica, como demuestra una serie de grandiosos cines construidos en un momento en el que Hollywood amenazaba con perder la batalla por su público ante la televisión. La estrategia de incrementar el atractivo del cine construyendo salas cada vez mayores consiguió retrasar de algún modo el éxodo de los espectadores en los últimos años de la década de los cincuenta y en la de los sesenta. Sin embargo, para experimentar en toda su intensidad lo que este medio puede ofrecer se precisan pantallas cuya superficie supere los 200 metros cuadrados enmarcadas en salas de proyección especialmente diseñadas para controlar la percepción del espectador hasta en el más mínimo detalle y que rindan el debido tributo a ese "gran vacío" de la arquitectura cinematográfica. Por ejemplo, con las butacas de un discreto tono gris y el revestimiento mural modernista y que contribuye a calidad acústica del Palacio Balañá; o con los elementos lumínicos, cuya disposición concentra las miradas en la dirección deseada, dentro de la espléndida sala de proyecciones del Cine Urgel, al que sus nada menos que 1.832 butacas convierten en el más grande de Espaóa. En la Barcelona actual, el cine sigue siendo un espectáculo asequible. Y no só lo destinado a los jóvenes, sino también a las generaciones de más edad, que acuden a él con frecuencia elegantemente vestidos para la ocasión. Las reposiciones no quedan relegadas sólo a cines minoritarios o a las sesiones de madrugada; por el contrario, pueden disfrutarse también en salas de primera magnitud. Así, la versión íntegra de El Exorcista, dirigida en 1971 por William Friedkin, hizo estremecerse a los espectadores desde la gigantesca pantalla del cine Urgel. Como en todas las grandes ciudades, también en Barcelona adquieren cada vez más relevancia los denominados multicines. Sin embargo, el Grupo Balañá, la principal empresa en el panorama teatral y cinematográfico de la ciudad desde hace más de sesenta aóos, sigue cuidando la tradició n del gran espectáculo. En los años sesenta, su propietario encargó al arquitecto Antoni Bonamusa i Homs la restauración, remodelación o - como en el caso del Palacio Balañá - parte de la nueva construcción de muchos de los cines pertenecientes al grupo.